Oliverio junta preguntas
- por Silvia Schujer -
Schujer, Silvia - Oliverio junta preguntas
Editorial Sudamericana 1989
Eran las dos de la tarde de un viernes cualquiera.
Hasta las veredas parecían dormir la siesta bajo el sol tibio de un día de invierno.
Cinco chicos conversaban en la esquina. Justo en frente de la casa donde vivía Guillermina, mas conocida en el barrio como “la vieja de los gatos”.
-La idea no me gusta-dijo Oliverio.
-¿O es que no te animas? –le pregunto Julián.
-Sacarle un gato de adentro seria como robar y…
-Lo que pasa es que tenes miedo –lo interrumpió Gustavo-. ¡Chicos! ¡Oliverio tiene miedo! -se rió-. ¡Le tiene miedo a la bruja!
Se hizo un silencio. No muy largo pero si muy hondo.
-Bueno –termino Julián-. Dejémoslo a este “juntando preguntitas” y hagamos el sorteo entre nosotros. ¿De acuerdo? A ver a quien le toca.
-¡Un momento! –sonó de pronto. Oliverio se metió las manos en los bolsillos y dijo: -Al gato lo traigo yo.
-¡Bravo! –le gritaron a coro. Julián le deseo muy buena suerte con el pulgar en alto y empezó a alejarse con los otros chicos.
-Te esperamos más allá –le dijeron.
Y Oliverio quedo solo en esa esquina. Parado en la vereda sin saber que hacer, como hacer, preguntándose por que.
Pensó un momento. Se arrepintió un segundo.
“Oliverio-tiene miedo” se acordó.
Se rasco la nuca. Respiro hondo y puso manos a la obra.
Miro para atrás y para los costados.
Girando sobre si mismo repaso una por una las casas de toda la cuadra. Se fijo que nadie anduviera por allí. Que nadie pudiera descubrirlo. Y cuando estuvo seguro, dio los primeros pasos.
Cruzo la calle. Lo hizo despacio y sus pisadas de zapatilla fueron solo un murmullo en la tarde silenciosa.
La frase de Gustavo le atravesó los oídos: “Oliverio tiene miedo”.
“Le tiene miedo a la bruja”.
Maldito sea”, pensó.
Se paro frente a la casa de la vieja. Unos gatos grises y flacos deambulaban por el pasto crecido del jardín delantero. La persiana estaba cerrada y justo ahí, bajo esa ventana, diviso lo que estaba buscando.
Contó cinco gatitos color te con leche mas uno marrón. Tan chiquitos que cabían en una sola mano. Tan acurrucados en la caja que parecían formar un solo cuerpo. Recién nacido, suave y compacto.
-Son esos –se dijo Oliverio.
Tosió unas cuantas veces por si acaso lo escuchaban. Tiro un piedrazo al pasto para comprobar que no lo estuviera vigilando.
Por un momento se imagino a la vieja persiguiéndolo con la escoba ante la mirada de todos. Quiso irse pero recordó a Gustavo. Creyó verlo con la risa y los ojazos de una enorme lechuza maléfica.
Junto fuerza y se trepo por el portón.
Controlo cuidadosamente cada uno de sus movimientos.
Al fin bajo del otro lado sin problemas.
Se adelanto un poco. Sigilosamente.
Escucho un ruido y se detuvo. “Oliverio tiene miedo”, retumbo en su cabeza.
Entonces se agacho de golpe. Sin pensarlo dos veces arranco uno de los te con leche de la caja y se volvió corriendo. Triste y furioso llego hasta el portón. El gato chillo apenas en su mano. Oliverio tuvo miedo de no poder salir. Pensó en los chicos riéndose de el. Sintió un calor que le apretaba las mejillas. Se apuro, se apuro, se apuro.
Cayó de un salto sobre la vereda.
-¡Listo! –se dijo-. Aquí lo tengo. Y ya iba a llevar su trofeo a los amigos cuando, por alguna razón, cambio de rumbo.
Volvió sobre sus pasos caminado.
Mas tranquilo, las palabras de Gustavo se le fueron disolviendo en los oídos. “Oliverio tiene miedo”, recordó.
Pero miro al gato en su mano y también miro su mano.
Entonces se paro frente a la casa de la vieja.
Iba a tocar el timbre cuando la vio acercarse a el con la escoba que usaba de bastón.
-Se le escapo un gatito-dijo Oliverio con la voz entrecortada.
Ella lo recibió en la mano y sin cambiar el gesto abrió el portón. Despeinada y mal vestida como estaba, tomo a Oliverio por el brazo y lo atrajo hacia adentro.
El, aterrorizado, se dejo arrastrar.
Con la escoba en una mano y Oliverio en la otra, la vieja Guillermina se abrió paso entre los gatos grises y flacos.
Y así, atravesando una galería, llegaron al jardín del fondo.
Se detuvo en un árbol de mandarinas. Las miro. Las palpo. Sin decir una sola palabra arranco la más madura para dársela a Oliverio. Así lo hizo.
Después se dio media vuelta, y apoyándose en la escoba, camino hasta meterse adentro de la casa. Callada como al principio cerro la puerta sin despedirse.
Oliverio se quedo parado sin saber que hacer. En el medio de un jardín desconocido.
Acomodo la mandarina en el bolsillo y espero unos minutos. Hubiese querido andar solo un buen rato. Pero apenas piso la vereda, los ojos desorbitados de los cuatro chicos se clavaron sobre el.
-¿estas bien? – repreguntaron-. ¿estas bien?
-Claro – Contesto Oliverio riéndose para adentro y entregando la mandarina a Gustavo le dijo con tono misterioso.
-Acá lo tenes. Parece una mandarina pero es un gato embrujado. ¡Eh, che! ¿Qué te pasa? ¿Por qué salís corriendo?
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